jueves, 29 de diciembre de 2016

El abecedario de Kate & Cat








Hace unos meses, Laura, la creadora del blog Coleccionando Cuentos, se puso en contacto conmigo para ofrecerme colaborar en su proyecto. Desgraciadamente, por entonces andaba yo bastante liada y con mucho trabajo. Eso sí, sus inquietudes me hicieron comprometerme para cuando tuviera algo de tiempo y como el tiempo al fin ha llegado, hoy he podido enviarle mi reseña sobre esta pequeña joya de Lata de Sal.

La editorial madrileña suma un título más a su colección sobre gatos y lo hace con este abecedario que parte de una serie de fotografías del artista ruso Andy Prokh. Prokh, que actualmente vive en San Petersburgo y se dedica a la fotografía tras abandonar su carrera de economía, posee una hermosa serie en la que retrata el hermoso vínculo entre su hija Katherine y su gato Lilu Blue Royal Lady.

Las fotografías en formato cuadrado y blanco y negro tienen parte de la inocencia de las imágenes de Enzo Arnone, pero se trata de escenas menos espontáneas, hermosos retratos -que aunque puedan estar inspirados en escenas cotidianas- parecen haber sido "construidos" para ser fotografiados. 

Se trata de imágenes tomadas en distintos momentos en el tiempo, algo que se hace evidente observando la transformación física de Kate, nunca por cambios en la técnica o en el formato de las imágenes, que muy probablemente fueron seleccionadas cuidadosamente de entre las incontables fotografías que conforman esta serie aún en proceso.

El texto, es decir, los términos escogidos para conformar este delicioso abecedario -tres para cada imagen- están a la altura del carácter poético de las fotografías de Prokh. Todos ellos se relacionan con el retrato que acompañan, pero lo hacen de manera más o menos cercana y tienen la carga subjetiva propia de la elección, es decir, muy probablemente el lector encontrará otras palabras tan apropiadas, o incluso más, que las seleccionadas por la editorial.

El resultado es un delicado álbum que acerca la fotografía, la fotografía artística, a los más pequeños y que, sin ninguna duda, disfrutará cualquier adulto que sienta predilección por este medio.

domingo, 7 de febrero de 2016

Arturo

Mi segundo libro se llama ARTURO. 

Salvador Rojo se ha encargado de dar luz y color a una historia que se inspira en la realidad de los zoológicos y, en concreto, en la vida del llamado "oso más triste del mundo", un oso polar que vivió toda su vida en cautividad.

La obra es un canto a la libertad y una súplica a la empatía. Los más pequeños aún entienden verdades que los adultos, con el tiempo, desaprendemos. Para ellos va destinado Arturo, para ellos y para todos los que conservamos nuestra alma primigenia, la que no sabe de diferencias, la que lucha por el respeto.

La primera edición está prácticamente agotada, pero aún podrías conseguir tu ejemplar en:

Librería de mujeres (Santa Cruz de Tenerife)

Libería El Pa-so (San Cristóbal de La Laguna)







domingo, 19 de octubre de 2014

Animales Animados



Hace poco, alguien me comentaba que, cuando la fotografía se usa para llevar las imágenes tridimensionales a la bidimensionalidad del libro, esta se constituye únicamente como un método de reproducción y no como una forma de narración y que, precisamente por ello, debía plantearme desechar de mi tesis doctoral trabajos como los de Isidro Ferrer.

En mi opinión, se trata de algo mucho más complejo. Estoy segura de que esa persona tiene razón al decirme que me esperan muchas horas y muchos libros aburridos y malísimos si no los excluyo, pero siento que es absolutamente necesario que alguien analice el uso de la fotografía como “escaneo” (utilizando una palabra suya que deja bastante claro lo que algunos piensan sobre este asunto) de otro tipo de técnicas. Escanear es fácil, pero fotografiar no lo es tanto. Basta echar un vistazo a todos esos libros en los que  es el propio autor de los artefactos tridimensionales el que se atreve a reproducirlos y compararlos con aquellos otros en los que es un fotógrafo profesional el que lo hace. Creo, de otra parte, que no hace falta enumerar o detenerse en todas las obras que reproducen ese tipo de manifestaciones artísticas que no pueden llegar al libro, sino, simplemente, presentar una serie de ejemplos que puedan aportar algo de luz a este panorama.

Por otro lado, desde mi punto de vista, la técnica fotográfica no es algo secundario: las fotografías de Sara Moon no son interesantes únicamente desde el punto de vista narrativo -que, por supuesto, también lo son. Muy al contrario, pienso que ambas cosas están indeleblemente unidas. El hecho de tratarse de una fotógrafa consagrada y con una obra muy personal, el uso del blanco y negro, la influencia del cine y el expresionismo, etc. no pueden eludirse en el análisis de esa versión de Caperucita.

No hay que olvidar, además, que en estos libros que emplean la fotografía como “escaneo” de la obra original ambas cosas –objeto tridimensional y fotografía- están en el origen de la idea y, en ocasiones, como en la del que que analizaremos a continuación, no pueden pensarse ni analizarse por separado.

En la década de los veinte del siglo pasado, el escritor soviético Serguéi Tretiakov llevó a cabo la que sería su única incursión en el mundo de la literatura infantil: una serie de sainetes que fueron ilustrados en su primera edición por el  director de ópera Borís Pokrovski. Sin embargo, sus dibujos poco tenían que ver con el latir vanguardista de los versos de Tretiakov que, consciente de ello, pidió a Aleksandr Ródchenko que empleara la fotografía para acompañar sus textos en una nueva edición. Este trabajo, también el único relacionado con la literatura infantil en el caso de Ródchenko, desgraciadamente, nunca llegó a ver la luz. La edición que ahora comentamos se realizó gracias a los archivos de su nieto Aleksandr Lavréntiev.

Animales animados había sido concebido, idealmente, como un libro de vanguardia para niños, un libro cuyas ilustraciones debían ser fotografías, porque la fotografía era el lenguaje de la modernidad.

Volviendo a la reflexión del principio, a pesar de que sigo sin creer que la fotografía signifique, en la obra de Voltz o de Ferrer, simplemente una forma de reproducción y de que, muy al contrario, pienso que estos trabajan siempre conscientes de la fotografía, porque ella determina inevitablemente su obra mucho más allá de asuntos relacionados con la fidelidad del color (dado que para reproducir una obra tridimensional es necesario no solo un buen equipo de reproducción, sino también un estudio, un profesional que tenga en cuenta las sombras y las luces, la elección del encuadre, el uso de una determinada temperatura de color, etc.), en Animales animados se va un poco más allá: la fotografía no solo reproduce las figuritas realizadas por Ródchenko y Várvara Stepánova, sino que tiene, además, la delicada misión de dotarlos de movimiento, de envolverlos en el aura de la metamorfosis de la que hablaban los versos.

La fotografía, por tanto, es en esta obra un asunto primordial, nadie podrá decir que no hace más que recrear un juego inspirado por los sainetes de Treiatov y es que las figuras de cartulina de este juego que mantuvo ocupados varias noches a Alexandr Ródchenko y a Várvara Stepánova con una lámpara y una cámara fotográfica, no son, de ninguna manera, más protagonistas que sus sombras sobre el papel.


lunes, 7 de julio de 2014

La niña de rojo




Analizar un álbum ilustrado por Roberto Innocenti supone siempre, y a partes iguales, un placer y un reto. El mundo entero se esconde detrás de cada una de sus obras y, por ello, es tan fácil abandonarse a la satisfacción que provoca leer sus imágenes como perderse alguno de los múltiples detalles que nos regala el artista italiano en todos sus trabajos.

La niña de rojo, una nueva versión de la inagotable Caperucita, parte de un brillante texto del editor y escritor norteamericano Aaron Frisch, fallecido prematuramente al año siguiente de la publicación de la obra.

El detallismo de Innocenti, su estilo realista y “teatral” pero también otros aspectos como las perspectivas que emplea en la mayoría de sus obras, lo conectan, de algún modo, con la fotografía, un medio que también es utilizado por el florentino para documentarse en sus trabajos y que ha servido de inspiración directa para ilustraciones concretas, como en el caso de alguna imagen de su libro Rosa Blanca.

La Caperucita de La niña de Rojo ha abandonado el bosque para adentrarse en la periferia de una gran ciudad y la ciudad no tiene árboles, sino mil imágenes. Televisiones, carteles publicitarios, escaparates o grafitis pueblan una amenazante jungla urbana por la que ha de desplazarse la protagonista en su cita ineludible con la abuela.

El cuento, implícitamente oscuro desde sus inicios, se muestra en esta versión deliberada y absolutamente descarnada, con una crudeza que ni el segundo final logrará endulzar lo suficiente. Y es que, el final alternativo, ese “Happy end” que sostiene un sheriff afroamericano en la última ilustración más bien parece una burla, una trampa mordaz, que un regalo para los más sensibles.


La última imagen se presenta casi como una instantánea para la prensa o como el fotograma fijo que cierra una película policiaca, una escena repleta de agentes de la ley y de periodistas. En ella, al contrario que en la que ilustraba el final sin concesiones, las cámaras están por todas partes, para los que las sostienen, esta vez, esta es la historia que merece la pena ser contada.

lunes, 2 de junio de 2014

Frida


Algunas cosas están predestinadas. Siempre supe que sería cuestión de tiempo o de encontrar una excusa, yo quería hacer un álbum ilustrado. Las condiciones no fueron las mejores, pero el momento llegó y la excusa también.

Coordinado exclusivamente a través de internet, Frida es un proyecto que surgió de un grito desesperado tras la muerte de una de mis compañeras felinas. La pérdida de un ser querido, a veces, nos sume en un pozo del que solo puede escaparse si alguien nos tiende la mano. En este caso, a mi llamada por Facebook, doce artistas de diferentes lugares del mundo accedieron de forma desinteresada a compartir la despedida, a hacer el duelo más llevadero.

A algunos los conocía, a la mayoría no. Por eso la fotografía fue imprescindible para la realización del álbum. Al tratarse de un texto que iba a ser ilustrado por diferentes manos, se necesitaba algún elemento que homogeneizara la historia visualmente. Por ello, todos los ilustradores recibieron fotos de los personajes que protagonizarían la obra y del lugar en que transcurría parte de la historia.

La fotografía, además, es la base directa de una de las ilustraciones de Angélica Villegas y la encargada de cerrar la historia aportando una imagen “real” de las dos protagonistas.

Aunque no fuera premeditado, ahí estaba: un álbum ilustrado vinculado con la fotografía. Y es que, como dije, es muy probable que algunas cosas estén predestinadas. Me pregunto si también lo está que este álbum que, por ahora sólo conoce la pantalla, se convierta en un libro de papel. Tú puedes ayudarnos y, de momento, lo puedes leer aquí: 




jueves, 20 de marzo de 2014

Antiguamente el viento


Érase una vez un mundo en el que las fotografías podían acariciarse, un mundo en el que los recuerdos vivían en ventanas de papel.

Al poco de dar a luz, hace ahora casi seis meses, decidí imprimir todas las fotos que tenía de mi hija hasta ese momento. Necesitaba tenerlas físicamente, poderlas manipular, pegarlas en un álbum, escribir cosas, no sé.

La culpa, probablemente, la tenía mi pasado. Cuando yo era pequeña, me encantaba pedirle a mis abuelas que sacaran los álbumes familiares. Mi hermana y yo pasábamos horas espiando la vida de nuestros padres cuando aún nosotras no habíamos nacido. Recuerdo el tacto de esas fotos al despegarlas del cartón adhesivo (sí, las desprendíamos de allí aunque luego lo negáramos como si en ello nos fuera la vida) y del ribeteado blanco que limitaba las imágenes y que impedía que las personas que vivían ellas salieran de allí para revelarnos sus secretos. Porque, que no nos engañe su aparente fidelidad a la realidad, las fotografías siempre guardan secretos (e incluso mentiras), por eso hacemos bien en ponerles marco, no sea que se les escapen.

Acompañando a un divertidísimo texto de Pablo Albo, el último trabajo de Aitana Carrasco da la oportunidad -y sobre todo el placer- a los lectores adultos de recordar con sus pequeños aquellos álbumes en los que se encerraba la historia familiar.

En este caso, como en aquellos a los que me refiero, las “fotografías” relatan una historia y esconden mil secretos. La historia es la de Eolo, el que empuja un trineo en la cubierta y nos alborota el alma desde las guardas, porque eso es lo que hace el viento y lo que siempre hizo, también. Los secretos, esos sólo los conoce la artífice de las imágenes y, aunque alguno me confesó, a ella le pertenecen y entre los marcos de sus “fotos” vivirán para siempre.

Las comillas, para los que no frecuenten (y esto es imperdonable) el trabajo de Aitana Carrasco, tienen que ver con algo que no he dicho hasta ahora, las fotografías no son fotografías, sólo simulan serlo, que no es poco. La ilustradora valenciana, que en anteriores obras demostraba su interés por este medio, lo utiliza aquí de manera exclusiva y no como un recurso más dentro del conjunto de su trabajo en una obra concreta. El resultado es brillante: un álbum familiar para un pueblo, para su encuentro con el viento loco y adolescente, un álbum de fotos robadas (porque sus protagonistas apenas posan). Un álbum de fotos que no son fotos y, sin embargo, no son menos de verdad.

Y esto sólo lo puede conseguir una ilustradora como Aitana Carrasco. Si no te habías enamorado ya de su trabajo, ¡ten cuidado!, este álbum se llevará (con un soplo de viento) tu corazón. 

lunes, 15 de abril de 2013

La storia che avanza, de Alessandro Lumare


Comentábamos en otra ocasión que una de las funciones de la fotografía en el mundo editorial se relaciona con el paso de la tridimensionalidad a la bidimensionalidad del libro. Pero podemos afirmar que la fotografía ha acercado al mundo infantil el arte en todas sus manifestaciones: hoy cualquier técnica artística puede ser la ilustración de un libro para niños.  No cabe duda de que esta libertad que la fotografía ha proporcionado al ilustrador ha coadyuvado también a la revolución que han sufrido en los últimos años los álbumes y los libros ilustrados.
Y es aquí donde podemos enmarcar la obra del ilustrador, cineasta, bailarín y trabajador social italiano, Alessandro Lumare, La storia che avanza. Esta sencilla historia, editada el pasado año en Italia por Artebambini, está ilustrada por fotografías de bellas composiciones creadas con restos de comida vegetariana sobre un plato. Las imágenes digitales, en color y sin manipulación, parecen pequeños haiku visuales que, como recuerda Lumare, quieren ser una exaltación del trabajo manual, del amor por la tierra y hablan, junto con el texto que las acompaña, del ciclo de la vida, las estaciones y de la belleza en lo cotidiano.
La storia che avanza pretende ser parte de una trilogía que se completará con dos historias más, una llevada a cabo con espuma de jabón y la otra con frascos rotos de miel.  La fotografía, de nuevo, se convertirá en el puente entre las originales creaciones de este artista italiano y el futuro lector de sus historias.