Al
poco de dar a luz, hace ahora casi seis meses, decidí imprimir todas las fotos
que tenía de mi hija hasta ese momento. Necesitaba tenerlas físicamente,
poderlas manipular, pegarlas en un álbum, escribir cosas, no sé.
La culpa, probablemente, la tenía mi pasado. Cuando yo era pequeña, me encantaba
pedirle a mis abuelas que sacaran los álbumes familiares. Mi hermana y yo pasábamos
horas espiando la vida de nuestros padres cuando aún nosotras no habíamos
nacido. Recuerdo el tacto de esas fotos al despegarlas del cartón adhesivo (sí,
las desprendíamos de allí aunque luego lo negáramos como si en ello nos fuera
la vida) y del ribeteado blanco que limitaba las imágenes y que impedía que las
personas que vivían ellas salieran de allí para revelarnos sus secretos.
Porque, que no nos engañe su aparente fidelidad a la realidad, las fotografías
siempre guardan secretos (e incluso mentiras), por eso hacemos bien en ponerles
marco, no sea que se les escapen.
Acompañando
a un divertidísimo texto de Pablo Albo, el último trabajo de Aitana Carrasco da
la oportunidad -y sobre todo el placer- a los lectores adultos de recordar con
sus pequeños aquellos álbumes en los que se encerraba la historia familiar.
En
este caso, como en aquellos a los que me refiero, las “fotografías” relatan una
historia y esconden mil secretos. La historia es la de Eolo, el que empuja un
trineo en la cubierta y nos alborota el alma desde las guardas, porque eso es
lo que hace el viento y lo que siempre hizo, también. Los secretos, esos sólo
los conoce la artífice de las imágenes y, aunque alguno me confesó, a ella le
pertenecen y entre los marcos de sus “fotos” vivirán para siempre.
Las
comillas, para los que no frecuenten (y esto es imperdonable) el trabajo de
Aitana Carrasco, tienen que ver con algo que no he dicho hasta ahora, las
fotografías no son fotografías, sólo simulan serlo, que no es poco. La
ilustradora valenciana, que en anteriores obras demostraba su interés por este
medio, lo utiliza aquí de manera exclusiva y no como un recurso más dentro del
conjunto de su trabajo en una obra concreta. El resultado es brillante: un
álbum familiar para un pueblo, para su encuentro con el viento loco y
adolescente, un álbum de fotos robadas (porque sus protagonistas apenas posan).
Un álbum de fotos que no son fotos y, sin embargo, no son menos de verdad.
Y
esto sólo lo puede conseguir una ilustradora como Aitana Carrasco. Si no te
habías enamorado ya de su trabajo, ¡ten cuidado!, este álbum se llevará (con un
soplo de viento) tu corazón.
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