jueves, 20 de marzo de 2014

Antiguamente el viento


Érase una vez un mundo en el que las fotografías podían acariciarse, un mundo en el que los recuerdos vivían en ventanas de papel.

Al poco de dar a luz, hace ahora casi seis meses, decidí imprimir todas las fotos que tenía de mi hija hasta ese momento. Necesitaba tenerlas físicamente, poderlas manipular, pegarlas en un álbum, escribir cosas, no sé.

La culpa, probablemente, la tenía mi pasado. Cuando yo era pequeña, me encantaba pedirle a mis abuelas que sacaran los álbumes familiares. Mi hermana y yo pasábamos horas espiando la vida de nuestros padres cuando aún nosotras no habíamos nacido. Recuerdo el tacto de esas fotos al despegarlas del cartón adhesivo (sí, las desprendíamos de allí aunque luego lo negáramos como si en ello nos fuera la vida) y del ribeteado blanco que limitaba las imágenes y que impedía que las personas que vivían ellas salieran de allí para revelarnos sus secretos. Porque, que no nos engañe su aparente fidelidad a la realidad, las fotografías siempre guardan secretos (e incluso mentiras), por eso hacemos bien en ponerles marco, no sea que se les escapen.

Acompañando a un divertidísimo texto de Pablo Albo, el último trabajo de Aitana Carrasco da la oportunidad -y sobre todo el placer- a los lectores adultos de recordar con sus pequeños aquellos álbumes en los que se encerraba la historia familiar.

En este caso, como en aquellos a los que me refiero, las “fotografías” relatan una historia y esconden mil secretos. La historia es la de Eolo, el que empuja un trineo en la cubierta y nos alborota el alma desde las guardas, porque eso es lo que hace el viento y lo que siempre hizo, también. Los secretos, esos sólo los conoce la artífice de las imágenes y, aunque alguno me confesó, a ella le pertenecen y entre los marcos de sus “fotos” vivirán para siempre.

Las comillas, para los que no frecuenten (y esto es imperdonable) el trabajo de Aitana Carrasco, tienen que ver con algo que no he dicho hasta ahora, las fotografías no son fotografías, sólo simulan serlo, que no es poco. La ilustradora valenciana, que en anteriores obras demostraba su interés por este medio, lo utiliza aquí de manera exclusiva y no como un recurso más dentro del conjunto de su trabajo en una obra concreta. El resultado es brillante: un álbum familiar para un pueblo, para su encuentro con el viento loco y adolescente, un álbum de fotos robadas (porque sus protagonistas apenas posan). Un álbum de fotos que no son fotos y, sin embargo, no son menos de verdad.

Y esto sólo lo puede conseguir una ilustradora como Aitana Carrasco. Si no te habías enamorado ya de su trabajo, ¡ten cuidado!, este álbum se llevará (con un soplo de viento) tu corazón. 

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