jueves, 16 de agosto de 2012

El viaje del bisabuelo, de Aitana Carrasco




Hay ilustradores que hacen magia. Sus dibujos son algo así como palomas que salen de una chistera: te devuelven a ese mundo en el que nada importa más que el instante en que lo que nunca pensaste que podía ocurrir simplemente ocurre.

Hace unos años, cuando aún no me fascinaba el mundo de la literatura infantil alguien muy importante para mí (seguro que con toda intención) me regaló El poso del café. Este libro tan extraño como un sueño fue uno de esos encuentros que cambian la vida, aunque sea un poquito. Por trabajos como éste acabé abandonándome al que hoy es uno de mis mayores intereses, el libro álbum.

Con el tiempo, y también gracias a quien me regaló el librito de Aitana Carrasco, fui ahondando en este tema y centrándome en un aspecto que, en mi opinión, se mantenía inexplorado, el de la presencia de la fotografía en la literatura para niños.

Además de con esos que me parecían verdaderas obras de arte, como El poso del café, poco a poco fui haciéndome con libros y álbumes que, de una manera u otra, incorporaban el medio fotográfico entre sus páginas. Pero El viaje del bisabuelo es de un momento anterior, lo compré porque me gustaba Aitana Carrasco, porque me acordaba de esa otra obra suya que tan buen rato me había hecho pasar. Lo leí antes de tener claro mi tema de investigación, así que no acabó en el lugar de la estantería en el que, más tarde, iría colocando todos los libros que estaban relacionados con él.

Hace unos días, revisando esos libros que había dejado fuera, encontré el álbum de Aitana y lo releí rápidamente. Fue una sorpresa descubrir entre sus páginas lo que buscaba: fotografías. Me emocioné tanto que decidí ponerme en contacto con ella para pedirle que me hablara un poco del tema. Nunca imaginé la absoluta disponibilidad con que se ofreció a contármelo todo.

Algunas de las limitaciones de espacio que supone para un ilustrador trabajar en un álbum, las resuelve Aitana Carrasco a través del uso de la imagen dentro de la imagen. Es decir, no se trata, como pudiera pensarse en un primer acercamiento a su trabajo, de un mero recurso ornamental o de relleno. No creo en la idea de que la inclusión de fotografías en una obra tenga que ver con la casualidad. Todo lo contrario, pienso que se trata de un elemento que forma parte de nuestras vidas, de algo tan habitual y presente que de alguna manera se hace inevitable encontrarlo, incluso, entre las páginas de un álbum infantil. Sin embargo, en el caso de la ilustradora valenciana, su aparición es absolutamente deliberada: le gusta la fotografía, colecciona fotografías antiguas y se sirve de este recurso para ganar el pulso a las restricciones espaciales que supone el trabajar con un número de páginas concreto.

Aunque la información que me proporcionó Aitana Carrasco y la multitud de obras suyas en las que está presente la fotografía necesitarían de un estudio pormenorizado, comenzaré por adelantar aquí algunos aspectos relacionados con El viaje del bisabuelo, que se convertirá más adelante en la punta de un iceberg enorme, repleto de fotografías.

No resulta fácil, en todos los casos, tener la seguridad de que el objeto representado en un álbum ilustrado (siempre que la manera de ilustrarlo no sea este medio o un método mixto que lo incluya) es una fotografía. Cuando me puse en contacto con Aitana, lo hice esperando que me confirmara una primera impresión: lo que adornaba las paredes de esa obra suya, eran fotografías o, para ser más precisos, representaciones pictóricas de fotografías, de fotografías en blanco y negro y de fotografías en color. Y sí, efectivamente lo eran.

El viaje del bisabuelo cuenta una historia entrañable. Y aunque el texto de Marta Farias podría funcionar por sí solo se convierte en otra cosa, en otra historia quizá, cuando se lee a través de los ojos de Aitana Carrasco.

Y, dentro de esa nueva historia, la fotografía adquiere un papel primordial pues, como señala la ilustradora, añaden toda la información que podría haberse quedado fuera por razones de espacio. Lo más interesante en relación con este tema es, sin embargo, el juego que se establece entre las ilustraciones principales y las ilustraciones dentro de éstas, o de estas últimas entre sí.

Los dibujos de Aitana invitan a ser “leídos” una y otra vez. En cada lectura descubrimos detalles nuevos, hallamos relaciones que pudieron pasar desapercibidas la primera vez. Por ejemplo, la hermosa escena del bisabuelo jugando con su hija se repite en dos ocasiones más. La primera, en una mesilla, en esa forma tan familiar para los que conocemos de cerca la emigración: junto a un sobre que indica que es un recuerdo que viene de lejos. La segunda, enmarcada en la pared junto a otras muchas fotos familiares. Ambas pueden permitirse aparecer fragmentadas, perdidas en parte, en un fuera de campo que se precipita a través de las ilustraciones a sangre porque para conocerlas completas basta con volver atrás.

Un segundo ejemplo podría constituirlo la cometa, un elemento que con todo su simbolismo sobrevuela las páginas del álbum: desde la cubierta a la sobrecubierta, desde la página de créditos hasta esas imágenes dentro de las imágenes que son las fotografías. La doble página final reproduce una imagen que ya se nos presentó al principio: el abuelo volando una cometa que es un pájaro o, tal vez, un pájaro que es una cometa. No obstante, esta imagen final no es la misma que la del principio y, si lo es, la han recortado para hacer una nueva composición tremendamente simbólica.

El tercer ejemplo relaciona, otra vez, una ilustración principal con una de esas imágenes dentro de la imagen. La instantánea que cuelga en la pared final y que reproduce a dos gatos bailando no sólo la encontramos en la doble página anterior, sino que, además, fue tomada allí mismo con una pequeña cámara que descansa en el muro de la azotea.

Así, lo que en principio podría parecer incidental se revela imprescindible. Las fotografías en El viaje del bisabuelo no son sólo “ventanas por las que asomarse al pasado”, como me dijo Aitana; las fotografías son la verdadera clave de la historia, la llave sin la que sería imposible comprenderlo todo. Como el cordel de las cometas, las fotografías son más que el símbolo de un sueño, son el sueño mismo, la certeza de que de alguna manera los dos extremos, las dos orillas, se buscarán eternamente.




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