Hace
poco, alguien me comentaba que, cuando la fotografía se usa para llevar las
imágenes tridimensionales a la bidimensionalidad del libro, esta se constituye
únicamente como un método de reproducción y no como una forma de narración y
que, precisamente por ello, debía plantearme desechar de mi tesis doctoral trabajos
como los de Isidro Ferrer.
En
mi opinión, se trata de algo mucho más complejo. Estoy segura de que esa
persona tiene razón al decirme que me esperan muchas horas y muchos libros
aburridos y malísimos si no los excluyo, pero siento que es absolutamente
necesario que alguien analice el uso de la fotografía como “escaneo” (utilizando
una palabra suya que deja bastante claro lo que algunos piensan sobre este asunto) de otro tipo de técnicas. Escanear
es fácil, pero fotografiar no lo es tanto. Basta echar un vistazo a todos esos
libros en los que es el propio autor de
los artefactos tridimensionales el que se atreve a reproducirlos y compararlos
con aquellos otros en los que es un fotógrafo profesional el que lo hace. Creo,
de otra parte, que no hace falta enumerar o detenerse en todas las obras que
reproducen ese tipo de manifestaciones artísticas que no pueden llegar al
libro, sino, simplemente, presentar una serie de ejemplos que puedan aportar
algo de luz a este panorama.
Por
otro lado, desde mi punto de vista, la técnica fotográfica no es algo
secundario: las fotografías de Sara Moon no son interesantes únicamente desde
el punto de vista narrativo -que, por supuesto, también lo son. Muy al
contrario, pienso que ambas cosas están indeleblemente unidas. El hecho de
tratarse de una fotógrafa consagrada y con una obra muy personal, el uso del
blanco y negro, la influencia del cine y el expresionismo, etc. no pueden
eludirse en el análisis de esa versión de
Caperucita.
No hay
que olvidar, además, que en estos libros que emplean la fotografía como
“escaneo” de la obra original ambas cosas –objeto tridimensional y fotografía-
están en el origen de la idea y, en ocasiones, como en la del que que
analizaremos a continuación, no pueden pensarse ni analizarse por separado.
En
la década de los veinte del siglo pasado, el escritor soviético Serguéi
Tretiakov llevó a cabo la que sería su única incursión en el mundo de la
literatura infantil: una serie de sainetes que fueron ilustrados en su primera
edición por el director de ópera Borís
Pokrovski. Sin embargo, sus dibujos poco tenían que ver con el latir
vanguardista de los versos de Tretiakov que, consciente de ello, pidió a Aleksandr
Ródchenko que empleara la fotografía para acompañar sus textos en una nueva
edición. Este trabajo, también el único relacionado con la literatura infantil en
el caso de Ródchenko, desgraciadamente, nunca llegó a ver la luz. La edición que ahora
comentamos se realizó gracias a los archivos de su nieto Aleksandr Lavréntiev.
Animales animados había sido concebido,
idealmente, como un libro de vanguardia para niños, un libro cuyas
ilustraciones debían ser fotografías, porque la fotografía era el lenguaje de
la modernidad.
Volviendo a la reflexión del principio, a pesar de que sigo sin creer que la
fotografía signifique, en la obra de Voltz o de Ferrer, simplemente una forma
de reproducción y de que, muy al contrario, pienso que estos trabajan siempre
conscientes de la fotografía, porque ella determina inevitablemente su obra
mucho más allá de asuntos relacionados con la fidelidad del color (dado que
para reproducir una obra tridimensional es necesario no solo un buen equipo de
reproducción, sino también un estudio, un profesional que tenga en cuenta las
sombras y las luces, la elección del encuadre, el uso de una determinada
temperatura de color, etc.), en Animales
animados se va un poco más allá: la fotografía no solo reproduce las figuritas realizadas por
Ródchenko y Várvara Stepánova, sino que tiene, además, la delicada misión de
dotarlos de movimiento, de envolverlos en el aura de la metamorfosis de la que
hablaban los versos.
La
fotografía, por tanto, es en esta obra un asunto primordial, nadie podrá decir que no hace más que recrear un juego inspirado por los sainetes de Treiatov y es que las figuras de cartulina de este juego que mantuvo ocupados varias noches a Alexandr Ródchenko y a Várvara Stepánova con una lámpara y una cámara fotográfica, no son, de ninguna manera, más protagonistas que sus sombras sobre el papel.